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El momento es ahora

Ha sido, sin duda, una semana rara. De esas en las que los pensamientos no paran de dar vueltas en tu cabeza. En las que esa lucha interna entre la propia cabeza y el corazón no parecen ofrecer el armisticio hasta que llega el domingo.

Y el domingo llega. Es justo el día que más rato puedo descansar pero, en cambio, a las 7.30 horas ya estaba en pie. Fui al baño, regresé a la cama. Intenté volverme a dormir ese ratito hasta las 9.30 que otras veces disfruto tanto, pero esta vez no. Me volví a levantar enseguida. Encendí un cigarrillo. Lo tiré tras dar la primera bocanada. “¿Qué estaba haciendo, si hace años que lo dejé?”. Inevitablemente me acordé de aquel día que tomé la decisión, justo para cumplir una promesa si se salvaba la Unión.

Fui a la cocina y tomé un café. Siempre bebía uno recién levantado. Era pronto todavía para salir a la calle en una ciudad que los fines de semana gusta de amanecer tarde. Quizá ahí radica el placer que experimentas al madrugar. Preparé mi ropa. Me vestí y salí a la calle mientras el resto de mi familia dormía. Inconscientemente fui dejando bares cerrados hasta llegar a la Plaza, mi Plaza, la Plaza más bonita del mundo. Inevitablemente miré hacia aquel establecimiento donde empezó todo hace ya casi cien años. Me senté en una terraza y me tomé un café (en vaso) con unos churros mientras el sol se iba abriendo hueco a pasos agigantados entre las nubes.

Seguía dando vueltas a mi cabeza. En realidad no sabía qué hacer. Llevaba tiempo sin ir al ‘templo’. La verdad es que, aunque me había hecho abonado, dejé de ir hace un par de meses. Cada día se me hacía más cuesta arriba ver sufrir a mi equipo del alma. Pero hoy es un día especial. Algo hay dentro de mí que me lleva a repetir rutinas ya conocidas y que hacía tiempo que no cumplía. Sin embargo, son como una liturgia, salen solas, como si mi cuerpo fuera a un ritmo y mi cerebro a otro. Y sí… Es cierto que el domingo es mi día preferido para ir al cine. Se había convertido en un sustituto. Pero es que,… además hay una promoción. Es el día perfecto para invitar a Javier y volver al lugar donde más felices fuimos, desde los primeros años de la mano de mi tío, hasta mi época de peñista o hasta que hicimos el trasvase a tribuna.

Habíamos empezado a trabajar y algunos de nosotros preferíamos esa ubicación para ver el partido sin el bullicio del fondo sur. Habían sido muchos años en el fondo, pero habían sido años maravillosos. Allí fuimos testigos de ascensos y descensos, pero sobre todo de sueños. Ver a algunos de los mejores equipos del mundo a través del equipo de nuestros amores. El equipo que nuestros antepasados también disfrutaron. El que se grabó a fuego en nuestro pecho. Al que regresamos cuando buscamos un momento feliz por mucho sufrimiento que pasemos. Claro que pasamos momentos difíciles, pero no hay nada comparable con lo que tuvimos la ocasión de vivir. Éramos unos adolescentes, pero durante noventa minutos nos sentíamos los reyes del mundo. Allí rozamos con las yemas de los dedos a nuestros ídolos. Los abrazamos en sus mejores goles, hicimos remates imaginarios, despejamos balones ‘in extremis’. Allí se forjó la leyenda de nuestros mayores ídolos. Allí conocí a Javi y a Mariola, aquella chica con la que estuve saliendo tres años. Recuerdo cuando teníamos la oportunidad de hacer algún viaje con el equipo. No teníamos un ‘duro’, pero con nada éramos felices. ¡Anda que no conocimos gente por media geografía naciona! En casi todos los lugares éramos bien recibidos. Sentíamos siempre un cariño especial de todo el mundo.

A media mañana acudimos a tomar la caña a Van Dyck, con mi mujer y mis hijos. Habíamos quedado con unos amigos. Hablamos de lo divino y de lo humano, pero a mi cabeza no paran de llegar aquellos pases de Taira, los centros de Martín Vellisca y los regates imposibles de Barbará (incluso le llamábamos Joan), los zambombazos de Pauleta, el gol del Cuqui al Barça aquella noche de Reyes, las goleada al Atlético de Madrid, al Deportivo, al Valencia. Vino el último ascenso a Segunda, con aquel gol de Miku, la imagen de Quique Martín y la de nuestro Kike López,… la de tantos y tantos jugadores que en ese momento llegaban a mi mente. Esas y las que no había podido vivir, las que me tocó imaginar a través de las historias que me contaba mi tío, que me contaba mi abuelo.

Han pasado muchas cosas en mi vida desde aquellos primeros años. El trabajo, mi primer hijo. El descenso al infierno, incluso las diferencias que tienes con muchas cosas. Es el fútbol sin duda y es la vida.

Pero lo que he sentido esta mañana hacía tiempo que no lo sentía. Supongo que será algo así como lo que siente un guerrero en la víspera de una batalla. En mi cama mi camiseta preferida y mi bufanda están esperando que me las ponga, aunque, sobre todo la elástica, ya no me quede como antes (la buena vida). De repente, sólo tengo una certeza.

Ellos me necesitan. Javichu, Manuel, Alfonso, Maribel, Josete, Javi, Antonio, Luis Fernando, Sofía, Kris, Ander, Manuel María, Manolo, Nachete, las nuevas generaciones con Ian Mathews, Daniel o Mateo, Josito, Ángel, el ‘doc’, Dani, Fer, Sergi, Alba, David, Óscar, Miguel Wariner, … (no entran todos, es una familia demasiado amplia). Ellos han sacrificado mucho en los últimos meses para estar ahí y no les puedo fallar. No hay cines en el mundo que valgan una milésima parte de lo que vale mi escudo. Ese que me ha hecho soñar, ese que me da la vida y hoy… Es el momento de vivir. Lo vamos a vivir todos juntos. Lo vamos a lograr todos juntos. Los tambores ya resuenan. Ha llegado la hora.

No hay camino si no es todos juntos.

El momento es ahora

*¿Y tú? ¿Te lo vas a perder? Nos vemos en el Helmántico

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